sábado, 16 de junio de 2007

PINONCELLY

Alberto Híjar.
Cuando nos encontramos en los sesenta, parecíamos en desacuerdo por su práctica de la pintura no figurativa, su apego a la literatura de la ruptura en formación y su gusto por la bebida. Era muy apuesto y donde ponía el ojo encontraba aceptación por su modo festivo de decir cosas lindas. Ese poder de seducción nos alcanzaba a sus conocidos, sobre todo por la pasión estética. El inventó el nombre de Polignos para el grupo de cuatro universitarios con doble carrera. A él lo trajo de Arquitectura Ramón Vargas con quien desesperamos en el postrer seminario de Samuel Ramos donde leímos sin más, La deshumanización del arte de Ortega y Gasset, cuando nosotros estamos urgidos de discutir los pleitos por la Escuela Mexicana, la arquitectura funcional, el realismo socialista, la crítica y la historia del arte infiltrada de retóricas insufribles para nosotros. Ramón trajo a Salvador y yo a José de Jesús Fonsecaque a más de construir la psicología social, pintaba y practicaba el montañismo. Salvador aportó a Oscar Olea que siempre permaneció lejano y entre ambos invitaron a Ignacio Marquez Betancourt, también de Arquitectura quien a su vez incorporó a Ignacio Marquez Rodiles, un veterano militante de la educación socialista quien llenó de planes al Curso Vivo de Arte y nos abrió las puertas de Europa. Realmente agrupábamos muchos saberes, Polignos, nombre compartido sólo por los fundadores.
Gané la estimación de Pedro Rojas y luego de Benjamín Orozco. El primero, además de mi profesor de Teoría del conocimiento donde me puso a leer Materialismo y empiriocriticismo de Lenin a quien entendí nada, era el directorde Radio Universidad, el secretario del Secretario General de la UNAM y profesor de la Escuela Nacional de Maestros y la Escuela Normal Superior, además de investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas donde creó una serie de libros, antes de editar una historia del arte en México. Pronto tuve el programa “Actualidad en la plástica mexicana” donde entrevisté semana a semana a lo más granado de las artes visuales. Con esto y mi participación en un coloquio en la Universidad Obrera donde gané a Siqueiros, Antonio Rodríguez, Federico Silva, Joel Marrokín y a Fanny Rabel quien se la pasaba dibujando, encontré un saber mucho más dinámico y actual que el de la Facultad deFilosofía. Algo semejante le ocurría a mis compañeros, sobre todo a los involucrados con la arquitectura como espacio cultural urgido de actualización nada libresca. La segunda época del Curso Vivo con Raúl Enríquez como Subdirector de Difusión Cultural de la UNAM, luego de Benjamín Orozco, contócon su comprensión de alumno de Le Corbusier.
Benjamín Orozco aprobó ciclos de conferencias y sobre todo, el Curso Vivo deArte. Salvador entró al Departamento de Arquitectura del INBA, metió luego a Ramón y logramos todos una relación entrañable de mucho trabajo con Ruth Rivera, la activa Directora hija de Diego. La traíamos contra el conservadurismo del Instituto de Investigaciones Estéticas y cuando Salvador publicó en Urbe el suplemento de urbanismo que editaba en Excélsior con la dirección del arquitecto Enrique Cervantes, su aprobación a los vitrales de Matías Goeritz en Catedral donde los estilos se amontonan, se armó la gorda con el egregio Francisco de la Maza con quien tuvieron que negociar Ramón y él el fin de la batalla. Salvador y Ramón optaron por la guerra estratégica con la memorable revista Calli y luego con Arquitectos de México donde le dieron vueloa la crítica teórica con sus correspondientes reflexiones históricas.
La guerra se prolongó en el Curso Vivo donde no sólo organizamos por épocas,tendencias y creadores la historia de las artes visuales, sino tuvimos el atrevimiento de actualizar su discusión con visitas guiadas a cárceles, hospitales, escuelas, templos, mercados, casas, con una visión múltiple que debe haber sido farragosa y hasta aburrida. Formamos sin embargo, un público que encontró en el Curso Vivo la escuela que no pudo seguir regularmente. Hicimos escuela, porque de las filas de asistentes a quienes pedíamos trabajos finales premiados con diplomas, libros y discos, seleccionamos a Celia Avendaño, una secretaria ejecutiva apasionada por la arquitectura colonial quien se incorporó a nosotros y a los profesores nuevos como Carlos González Lobo y hasta a un brillante y sabio historiador recién desempacado de Francia, Jorge Alberto Manrique. Consuelo Miranda aportó sus saberes prehispánicos y coloniales y cuando salimos al extranjero, fue una puntual profesora-guía en Sudamérica. Fuimos un núcleo germinal engendrador de más células con distinguidos universitarios en los sesenta asombró nuestro poder dec onvocatoria capaz de reunir en una discusión, por ejemplo, a Vladimir Kaspé,Enrique del Moral, Ruth Rivera y Raúl Enríquez.
Fueron muchos los ciclos de conferencias. Algunas a contrapelo como en Guanajuato donde tomamos por asalto un kiosco ante la negativa de local y ahí nos plantamos con todo y exposición de Arquitectura en el atrio de San Diego. Igual hicimos en el inicio de la Casa del Lago donde Salvador y yo con el valioso apoyo de los compañeros de intendencia con quienes nos llevamos muy bien al compartir el trabajo de obra negra, habilitamos un sótano como galería inaugurada con la pintura de Salvador Pinoncelly. Logramos que se imprimiera una invitación por supuesto diseñada por Salvador, ya para entonces importante editor de arquitectura. Puso un toquecito verde en una esquina de un dibujo como señal del fondo del rectángulo y la imprenta resultó tan respetuosa que imprimió el dibujo con su manchita esquinada. Mucho reímos.
INBA, CAPFCE, Urbe, fueron alimentados por Salvador. Nadie más ha publicado tanto y tan bueno sobre arquitectura y urbanismo. Luego de unos veinte años, el Curso Vivo de Arte pasó a otras manos que no supieron que hacer con él porqueno tuvieron nuestra combatividad. La dijimos clara en el ciclo Nueva Generaciónen 1960 donde nos completamos con Margarita Peña, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, con mejor suerte oficial que nosotros. Salvador pudo hacer fortuna luego de ganar en un Salón Estudiantil de la UNAM, pero resultó demasiado culto, crítico y digno para los mafiosos y mediocres rupturistas, salvo su amistad discreta con Carlos Valdés.
Ingratitudes profesionales y vertientes nuevas nos separaron pero el camino principal de pasión por la estética nos reunió siempre. Comíamos en su casa doso tres o una vez por año. Su casa pequeña ampliada con su saber transformadorde espacios con agregados de escalera y pasillo volado y una profusión de pinturas, objetos y madre y media, en correctísimo orden supervisado por Rocío Guardia, la compañera de siempre que nos resultó una excelente diseñadora de joyas.
Jamás manejó automóvil. Salvador tenía aires de gran señor complicados con los de un trabajador cualquiera sin aguinaldos, jubilación o pensión. Recién casado tenía un saco de brocado muy maltratado que lucía con gazné y vaso enmanó, mientras pintaba o corregía pruebas. No sabré nunca como dejó el alcohol cuando desarrolló una esplendorosa capacidad de vitralista, capaz de cubrir enormes claros gracias a su saber arquitectónico y al cálculo de su entrañable amigo Ortiz, acuarelista non e ingeniero de profesión. Los dos con Jaime Rueda, nuestro leonardesco compañero, pintaban paisajes por allá por las barrancas de Las Aguilas a las que pusieron un nombre poético.
Pasó por el IMSS, viajó con América cumpliendo con su especialización en arquitectura escolar, frecuentó Excélsior cada que un recuerdo o una vivencial e exigieron narrar con excelente prosa y hasta publicó un poema pequeño para probar su capacidad de significar las cosas, de embellecerlas, de vivirlas conun modo envidiable al contar con su fiel ayudante Gabriel, capaz de hacerla de chofer o de técnico vitralista y con un despacho informal en el Konditori de Insurgentes donde lo van a extrañar. No tanto como yo su dolorido hermano de proyectos cumplidos desde diferentes y complementarias poéticas por mejores espacios y tiempos.

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