domingo, 3 de diciembre de 2006

Balance hacia un programa

En Mar del Plata se enfrentaron dos bloques históricos: el del imperialismo y el imperio y el popular anticapitalista. Ninguno de los dos es tan consistente como para no admitir posiciones diversas en busca de hegemonía. Guerra de posiciones y movimientos probaron su eficacia táctica con la prolongación necesaria en los acontecimientos posteriores. Imperialismo e imperio dan una nueva batalla en la reunión de la APEC y en la de la OMC, mientras los anticapitalistas regresaron a sus bases sociales y sus conflictos regionales.

De la complejidad realmente existente, es necesario descubrir las tendencias para orientar un programa. Sorprende que el documento final de la Cumbre de Presidentes termine incorporando un Plan de Acción, punto habitual exclusivo de las asambleas frentistas de izquierdas. Toda la confianza la depositan en la OEA y sus instituciones particulares que deben guiarse por los Objetivos de Desarrollo del Milenio garantizados por “la asociación mundial del Consenso de Monterrey”. Nada faltó: campo, comercio, servicios educativos y de salud, micros, medianas y pequeñas empresas protegidas, tanto como los derechos humanos y la investigación, las fuentes energéticas y el ambiente, las tecnologías y por supuesto, la mejora en la distribución del ingreso. El punto 19 resulta clave en su bárbara redacción: “reconociendo la contribución que la integración económica puede efectuar al logro de los objetivos de la Cumbre de crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática”. El acento en el trabajo, la intención de terminar con el trabajo “forzoso y obligatorio” para alcanzar en cambio “el desarrollo sustentable” conduce a callejones sin salida por la globalización capitalista a toda costa y lejos de propiciar la democracia, profundiza las diferencias sociales. Ni siquiera en términos formales pueden resolverse los intereses económico-políticos fundados en la ganancia a toda costa, tal como prueba el fracaso de la Constitución Europea. Las cumbres denegaron la posibilidad de “un comercio libre de subsidios y prácticas que lo distorsionen, con beneficios concretos y sustantivos para todos, teniendo en cuenta las diferencias de los niveles de desarrollo y tamaño de las economías participantes y diferenciado de las economías más pequeñas y vulnerables”. Puras intenciones incumplibles.

Del dicho al hecho, mediaron las diferencias en el bloque capitalista globalizador, especialmente la oposición del Merco Sur para discutir el ALCA, mientras el gobierno de México insistía en hacerlo y no esperar a la siguiente reunión dentro de dos años. Frente al dominio norteamericano, la participación del Merco Sur logró acompañar la resistencia contestataria popular para imponer su posición, pese a las pláticas de acuerdo de Bush y Lula en Brasil, a la entrega incondicional del gobierno de Panamá a la estrategia norteamericana, al servilismo bravero del gobierno de México y a la mayoría de gobiernos dispuestos a la aprobación del ALCA, pese a no estar incluido en la agenda. Pese a todo, el Plan de Acción marcha y Bush optó por irse antes de la sesión final para en cambio dar el ejemplo de las pláticas bilaterales con los gobiernos de Brasil y Panamá, país este donde gobierna el hijo del mártir popular asesinado por la CIA por haber promovido el fin de la administración yanqui del Canal de Panamá y por haber apoyado al sandinismo. El ajuste de cuentas con el pasado prueba el poder yanqui. Por su parte, Fox insiste en su impulso al ALCA y corre a la reunión Asia-Pacífico en Corea del Sur para adelantar lo que se pueda en beneficio de la globalización. Si no es en una reunión, será en la siguiente donde se formalicen los proyectos de la globalización. Más adelante, estará la reunión de la Organización Mundial de Comercio y la posibilidad de que Angel Gurría ocupe la presidencia con las consecuencias previsibles.

El pleito México-Venezuela enfrenta el ALCA con el ALBA, por más que Fox afirme su convicción bolivariana solo posible, según él, mediante el ALCA. Tiene razón cuando grita que sólo los necios se oponen al libre comercio, pero ese no es el punto a discusión sino el dominio imperialista de Estados Unidos y el imperial de los poderes globalizantes, para subordinar a los comerciantes pobres frente a los grandes consorcios trasnacionales. La Alianza Bolivariana para las Américas es un proyecto capitalista alternativo al ALCA, sólo viable por el patrocinio de estados fuertes con ideología nacionalista popular, interesados en el petróleo ofrecido a largos plazos por Venezuela o a cambio de servicios como los que proporciona Cuba en educación y salud. La revolución democrático-burguesa en Venezuela, hace de la educación y la salud, fundamentos de encuentro entre el estado benefactor y el pueblo. La agitación social que esto genera, afecta a los usos y costumbres de la gran burguesía propietaria de la radio televisión y la prensa, pero no impide los acuerdos de estado con los grandes consorcios petroleros globalizadores ni afecta los compromisos petroleros con Estados Unidos. Sin embargo, la estrategia capitalista del ALBA rechaza al ALCA y ha conseguido reducirlo a acuerdos bilaterales con Estados Unidos y México como agente de los grandes consorcios y a proyectos regionales como el Plan Colombia y el Plan Puebla Panamá, aparentemente desatendidos por los gobiernos, pero no, porque el Plan de Acción marcha adelante en los grandes encuentros donde parece perder, para reponerse en las dimensiones regionales. De esta manera, el expansionismo imperialista queda sometido al imperio y sus instituciones inobjetadas: el Banco Mundial, el FMI, la OMC y las instituciones regionales como la APEC y el BID. Hasta ellas no llega la democratización y aún en el caso del gobierno de Hugo Chávez legalizado en nueve elecciones y consultas populares, para vencer a un golpe de estado, la crítica al dominio imperial con sus instituciones implacables, es sustituida por el pago puntual de cuotas y la sujeción a sus normas.

En las izquierdas contestatarias coexisten desde el radicalismo de grupos como Quebracho argentino y los trotskistas diversos, influyentes en el movimiento laboral y social argentino, hasta los grupos sociales e indígenas, todos unidos por la repulsa contra Bush pero diversos en sus prácticas donde se advierte la desaparición de los partidos políticos con algunos escándalos de por medio, como la corrupción del Partido de los Trabajadores de Brasil, sustento del gobierno de Lula. Una semana antes de las Cumbres del Mar del Plata, el gobierno venezolano convocó a una reunión de empresas recuperadas por los trabajadores. Con esto tocó el problema clave de los procesos de trabajo que reducidos a la forma cooperativa autogestiva sancionada por el estado, no constituyen una transformación productiva suficientemente influyente como para afectar al capitalismo. Lo mismo ocurre con el Movimiento de los Sin Tierra y su esforzada lucha con derivaciones económico-políticas profundizadas en Los Andes donde se defiende el territorio y sus productos energéticos, acuáticos y minerales, para someterlos a un proceso constitucional y electoral donde la burguesía recupere el control republicano. Esa vía constitucional y electoral tuvo una prueba importante en las elecciones para el parlamento argentino del domingo anterior a las Cumbres del Mar del Plata. Ganó en Buenos Aires, el granburgués Mauricio Macri promovido por PRO, una agrupación que no llega a ser partido para acentuar la propuesta económico-política de crecimiento y empleo, mientras Menem perdía en La Rioja pero por la vía del derecho minoritario aprendido de México, llegaba al Senado, mientras las numerosas agrupaciones de las izquierdas obtenían menos del 1% de la votación, pese a la participación de personajes tan destacados como una pareja de dirigentes piqueteros, Fernando Vaca Narvaja, uno de los montoneros históricos y una hija de Rodolfo Walsch. Sobre estas bases constitucionalistas y electorales, las izquierdas quedan reducidas a oposición contestataria y a autogestiones simbólicas, mientras la Revolución Cubana propone una vía conservadora de beneficio propio y de apoyo a campañas electorales con imposibles resultados democráticos en Nicaragua y El Salvador y se desentiende de la perspectiva revolucionaria de las FARC-EP de Colombia, más bien aisladas entre insurrecciones populares y procesos electorales sudamericanos. La vía diplomática resultante en la votación de 183 estados contra el bloqueo yanqui en la ONU, resulta así un incidente sin consecuencias prácticas más allá del aliento a las inversiones capitalistas en Cuba, exenta del riesgo-país.

Cuenta en el Plan de Acción del Imperio-imperialismo el acrecentamiento de la dimensión policial y militar del estado. La proliferación de bases militares yanquis y la ocupación militar de territorios estratégicos como el de la Triple Frontera de Argentina, Brasil y Paraguay, va acompañada por el fortalecimiento legal e ilegal, militar y paramilitar, de los comandos de la llamada seguridad nacional. La desregulación económico-política del estado y la parlamentarización del presupuesto, significan reformas constitucionales garantes de la globalización por las facilidades a lo contratos con los consorcios trasnacionales. La oposición legal se reduce a una vía reformista socialdemócrata de reducción de las tendencias populares a la marginalidad garantizada por partidos políticos empeñados en la llamada transición pactada a la democracia meramente electoral y de reparto del poder capitalista. Aún las organizaciones armadas e ilegales, en el caso de México, optan por una transición gradual de reconocimiento popular y de mínimas acciones de propaganda armada sin consecuencias políticas y menos económicas por la ausencia de proyectos productivos. La gobernabilidad burguesa queda así asegurada como panamericanismo monroista con hegemonía yanqui y estricto control policíaco y militar.
El deterioro de los derechos humanos y de los derechos laborales, queda reducido a decisiones del estado globalizador y policíaco. De aquí la necesidad de superar la defensa de la soberanía de los estados para procrear la del pueblo en lucha en construcción en las organizaciones con variadas demandas de tierra, trabajo, vivienda, educación, salud y reconocimiento de poderes autogestivos en situación de precaria supervivencia. Se ve difícil y de largo plazo la consolidación del poder popular anticapitalista y por el socialismo irreductible a las parcialidades etapistas. El ejemplo del proceso necesario está en Bolivia, en Venezuela pese al control del estado democrático burgués y en Argentina donde piqueteros, defensores de derechos humanos y empresas autogestivas no logran acordar un programa común.

Una tendencia moral pública crece a pesar de todo en América, territorio donde la globalización ha resultado un desastre social que no impide la fe ciega del presidente Fox en el libre comercio como motor de desarrollo, pese a las evidentes desigualdades devenidas explotación extrema, miseria y destrucción ambiental. Las Américas, la del panamericanismo de Monroe y Nuestra América de Martí en lucha de liberación nacional, dan lugar a una cultura donde la consigna del Foro Social Mundial de Otro mundo es Posible, es respondida con la pregunta de ¿cuál es ese otro mundo?, para construir la respuesta de transformar las relaciones de producción con la salvaguardia de los derechos de los trabajadores y los explotados en general, sólo posible si el estado da lugar a la nación compleja donde los indios, migrantes, precaristas y contratados eventuales, emprendan la lucha por la realización de un programa sustentado en las organizaciones con reductos autogestivos en choque contra el estado privatizador y en proceso de definición del poder popular irreductible a las reformas constitucionales, al parlamentarismo repleto de representaciones espurias y al desarrollo de contratos globalizadores asociados a planes de contrainsurgencia popular para el control del agua, los energéticos y la biodiversidad. Un programa de tránsito al socialismo desde ahora y con lo que hay, crece en el plan de acción popular aún no acordado que tiene en el Plan de Acción del Imperialismo-imperio, el enemigo a vencer.